NO SÉ SI YA NO LO QUIERO O YA NO SOMOS FELICES
- Janin Cerdà

- hace 3 días
- 4 Min. de lectura
Cuando el amor no es suficiente.

Muchas parejas llegan a consulta diciendo: “le quiero, pero no somos felices”.
Y esa frase encierra una gran verdad: el amor puede seguir presente, pero no siempre basta para sostener una relación. El amor no desaparece de golpe, pero sí puede quedar sepultado bajo el cansancio o el estrés. Lo más importante que hay que entender es que, cuando las dinámicas se vuelven defensivas, el cerebro elige la supervivencia antes que el amor. No lo hace por maldad, sino por protección: si no me siento segura contigo, mi cuerpo se cierra. Y cuando el cuerpo se protege, el vínculo se enfría.
Por eso, el problema no suele ser “falta de amor”, sino falta de regulación emocional compartida.
Amar no siempre significa sentirse a salvo
Nuestro sistema nervioso necesita calma para poder vincularse. Si vivo en alerta —porque discutimos, porque siento que no me escuchas o porque me juzgas—, mi cerebro entiende que el otro es una amenaza. En ese modo, no puedo abrirme, ni desear, ni conectar.
En terapia de pareja, no trabajamos para que la pareja “se quiera más”. Ya se eligieron en la vida real y seguro han vivido muchas vivencias muy agradables. Lo que hacemos es entender por qué aquello que un día admiraba del otro ahora me molesta tanto. Porque la convivencia no mata el amor: lo pone a prueba.
Reconstruir la conexión pasa por tres elementos básicos: presencia, validación y ritmo.
Presencia, para poder mirar al otro sin querer arreglarlo.
Validación, para reconocer lo que siente sin juzgarlo.
Ritmo, porque cada persona tiene su propio tiempo para abrirse y sanar.
Cuando una pareja aprende a calmar el sistema nervioso del otro, el vínculo se vuelve más fuerte. Y cuando sentimos que el otro es un lugar seguro, el amor puede volver a fluir.
A veces el amor no basta
También hay que partir desde que nos cuesta mucho aceptar que una relación puede terminar, aunque aún haya afecto. Culturalmente nos han enseñado que, si nos amamos, debería funcionar. Pero eso genera culpa y resistencia. Aceptar que puede haber amor y, al mismo tiempo, incompatibilidad o agotamiento, es un acto de madurez emocional. Y seguramente aceptar esto, también baja las defensas que puedan estar presentes tras muchos intercambios negativos en pareja.
Amar también puede ser decir: “así, ya no nos hacemos bien.”
Y eso no significa que el amor haya fallado, sino que ha cumplido su ciclo. No hemos recibido educación emocional sobre las relaciones; aprendemos imitando lo que vimos o desde nuestras heridas. Por eso, muchas veces repetimos sin darnos cuenta los mismos patrones que nos hacen daño.
El deseo no muere, se transforma
Otra frase muy frecuente es: “ya no deseo como antes.” Pero el deseo no desaparece: cambia de forma. Al principio de una relación, el deseo es espontáneo, impulsivo, está alimentado por la novedad y la idealización. Esa etapa activa nuestra parte más primitiva, la que no razona, la que se lanza. Pero con el tiempo, el deseo necesita espacio, calma y conexión emocional.
El error más común es confundir deseo con frecuencia sexual.
Pensamos que si no hay la misma intensidad o el mismo ritmo, hay un problema. Y no siempre es así. A veces simplemente estamos en una nueva fase. La sexualidad también evoluciona con nosotros. El deseo no es solo biología: es cuerpo, emoción, imaginación y vínculo.
Mientras haya salud física, emocional y relacional, el deseo puede seguir vivo toda la vida.
Cómo cuidar el deseo en pareja
El deseo no se recupera: se cultiva. Y eso implica curiosidad, tiempo y comunicación. Es muy importante hablar del deseo sin presión, sin comparaciones y sin culpa. Encontrar nuevas formas de conexión que no sean solo sexuales: compartir humor, complicidad, ternura o admiración.
El deseo es movimiento, no un estado fijo. A veces se retira para descansar o para reajustarse, pero puede volver de maneras distintas si hay espacio para ello.
En la práctica, puede significar cosas tan simples como tener citas, jugar, cocinar juntos, salir de la rutina.
Cuando movemos el día a día, también se mueve la sexualidad. El deseo compartido no se limita a lo sexual: es también emocional, vital, de curiosidad mutua.
Sentir que el otro me sigue mirando con interés, que me ve crecer, que todavía se sorprende conmigo… eso alimenta la chispa mucho más que cualquier técnica.
¿Y si uno de los dos tiene más deseo?
Es muy común, y no tiene por qué ser un problema. El deseo no es simétrico ni estático. No significa que se haya acabado el amor ni que haya infidelidad. Lo importante es poder hablarlo sin reproche ni vergüenza.
Si no se comunica, pueden aparecer “protestas” del cuerpo o del comportamiento: distanciamiento, quejas, ironías o, incluso, defensas emocionales. Hablar del deseo no Mata el misterio; al contrario, lo hace más humano.
La clave es buscar el punto de encuentro y respetar los ritmos. No hay una frecuencia ideal, hay un lenguaje compartido.
Cuando el amor sí es suficiente
Amar no siempre basta. Pero cuando aprendemos a cuidarnos, a calmarnos y a hablar desde la vulnerabilidad, el amor se vuelve más real.
Así el deseo no muere: se transforma, evoluciona con nosotros, con nuestros cuerpos, con las etapas de la vida. Las relaciones sanas no son las que nunca cambian, sino las que se atreven a revisarse, a mirarse de nuevo y a volver a elegirse, Rumbo hacia su Bienestar.





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