La importancia de la conciencia de enfermedad en la recuperación de las adicciones.
Hay quien afirma que, en adicciones, la necesidad de cambio surge cuando la persona que la padece comienza, de alguna manera, a lidiar con las consecuencias de la enfermedad. Esto podría ser el equivalente a decir que un buen motivador para el cambio y empezar el tratamiento es que el paciente se lleve un buen susto. Me refiero a un momento de pérdida de control, una riña en la que ha estado en peligro la integridad, un ultimátum de un familiar, deudas, etc.
No creo que esto pueda aplicarse a todos los casos, pero lo que sí me parece cierto es que es fundamental en el tratamiento de adicciones la noción de “conciencia de enfermedad”. Este elemento se entiende como la consideración de la conducta adictiva, en sí misma, al menos en cierta medida, como un problema.
Quiero decir que un agente motivador de cambio, antes que enfrentar las consecuencias propias de los consumos, es esa sensación interior disfórica que le dice al paciente que algo está yendo mal. Un discurso interior propio de este estado podría ser algo así: “Esto no solo es nefasto porque trae problemas en mi entorno cercano, sino porque no puedo controlarlo y me está haciendo daño física y mentalmente, y cada día lo noto más.”
Sería maravilloso poder encontrarse con este nivel de conciencia en todos los pacientes, porque es la semilla de cualquier cambio, pero lamentablemente no es así. Una buena parte de ellos, como habitualmente también sucede en nuestra sociedad, ha normalizado el consumo de sustancias adictivas ilícitas, lo que, evidentemente, dificulta el tratamiento y la recuperación. En ese sentido, las consecuencias experimentadas, por lo menos, pueden servir para que la persona considere acercarse a un tratamiento, lo que da una mayor oportunidad para trabajar la conducta disfuncional en terapia.
Entonces, ¿cómo puede motivarse al cambio a quien se encuentra en el mundo de las adicciones? Y ¿Cómo actúa la conciencia de enfermedad en este proceso? El sistema más utilizado, y ampliamente conocido, para contemplar o medir el cambio, denominado el modelo transferido de Prochaska y DiClemente, contempla una serie de estadios que tienen en su base la conciencia de problema antes mencionada. Las etapas de este proceso son: pre-contemplación, contemplación, preparación, acción y mantenimiento.
Dicho más o menos brevemente, las dos primeras etapas ayudan a descubrir y tomar conciencia de que se tiene un problema o enfermedad. Es decir, el paciente en estas dos etapas cree que probablemente tiene algún problema, pero que quizá no es para tanto y, cuando ya sabe que lo tiene, se debate en la ambivalencia entre cambiar o no cambiar. Esta ya es una buena señal, pero aún no es suficiente y se requiere de mucha paciencia y
perseverancia en ella.
La tercera y cuarta etapas desarrollan acciones para el cambio; pero qué es un cambio en este momento si no se sabe cuál es su sentido, o qué es lo que se está intentando cambiar si no es una conducta que representa un grave peligro para la vida de la persona. Esta es una etapa sumamente delicada porque el cambio no puede venir por la presión de la familia o del terapeuta, porque esto haría involucionar el tratamiento en poco tiempo ya que en el fondo no se sabe con qué se lucha.
La última etapa, unida, incluso, a la recaída, va dando un mayor espacio a esta toma de conciencia, es un espacio para profundizar, no en la etiqueta de “soy un adicto, o tengo una adicción”, sino la esencia de su significado. Obviamente, mi intención no es explicar detalladamente todas las etapas, sino mostrar cómo todas, en alguna medida, tienen como trasfondo la conciencia de problema.
Aunque parezca una obviedad, el sentido de todo esto se encuentra en que este “darse cuenta” de lo que le pasa propio del paciente, al que servimos los terapeutas y el entorno como catalizadores, es lo que dota de sentido un verdadero cambio. Es decir, el cambio nace de un insight muy personal, o de una serie de ellos, de lo contrario poco servirá cualquier acción que emprendamos. No en vano se dice que “dejar de consumir” no necesariamente es el logro mayor en el tratamiento, sino que es la consecuencia, aunque sea mínimamente, de un camino de conocimiento de la enfermedad. Pon rumbo hacia tu bienestar.
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