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COMPRENDER LA ADICCIÓN



La voluntad no basta.






Una de las primeras cosas que comparto con quienes llegan a consulta por un problema de adicciones es que esta, aunque se arraigue sobre vicios o malos hábitos, no es un defecto de la voluntad. Es una enfermedad. Comprender esto marca una diferencia fundamental en cómo una persona se posiciona frente a su problema y, sobre todo, frente

a la posibilidad real de cambiar. Muchas veces, este primer paso, el de poder ponerle nombre a lo que ocurre, ya comienza a aliviar la pesada carga de culpa con la que tantos llegan a pedir ayuda.


El mito de la voluntad


Durante años, la sociedad ha sostenido la idea de que las personas adictas simplemente no quieren cambiar. Se las juzga como débiles, inmaduras o carentes de carácter. Esta visión moralizante no solo es injusta, sino profundamente ineficaz. No es que la persona no quiera cambiar, es que muchas veces no puede. Está atrapada en una dinámica de consumo que ha tomado el control sobre su vida, incluso en contra de sus propios deseos.


Este mito de la voluntad genera mucho sufrimiento, tanto en la persona que padece la adicción como en su entorno. Familiares que insisten en que "si realmente quisiera, ya habría parado" terminan por alejarse o actuar desde el enojo. Mientras tanto, la persona adicta se sumerge cada vez más en el aislamiento, sintiéndose incomprendida, fracasada o incapaz. Esta carga emocional, lejos de motivar el cambio, alimenta el ciclo adictivo.


Adicción como enfermedad


Reconocer la adicción como una enfermedad implica entender que se trata de una condición compleja, con componentes biológicos, psicológicos y sociales. No es una cuestión de capricho, sino de una alteración en la manera en que la persona regula sus emociones, maneja el placer y afronta el dolor. Esta enfermedad genera dependencia, tolerancia, síntomas de abstinencia y, sobre todo, una fuerte pérdida de libertad.


La adicción modifica la relación de la persona consigo misma y con el mundo. Lo que en un inicio pudo haber sido una búsqueda de placer o una forma de evasión, acaba convirtiéndose en una necesidad ineludible, en una urgencia que toma el control de la conducta. Es importante subrayar que esta transformación no ocurre de un día para otro, sino que es progresiva, silenciosa y, en muchos casos, negada durante mucho tiempo.


Conciencia de enfermedad


Uno de los objetivos primordiales del tratamiento es ayudar a la persona a tomar conciencia de su enfermedad. Mientras crea que lo que le pasa es solo una debilidad de carácter o un problema menor, seguirá repitiendo las mismas conductas con la expectativa de poder controlarlas algún día. La conciencia no cura, pero abre una puerta fundamental: la de la posibilidad de pedir ayuda.


Este proceso de toma de conciencia no es inmediato ni lineal. A veces implica tocar fondo, atravesar crisis, perder cosas valiosas. Otras veces, afortunadamente, basta con una conversación honesta o con la mirada comprensiva de alguien que no juzga. Cuando la persona logra ver que no está frente a un simple hábito sino ante una enfermedad real, se abre la posibilidad de asumir la responsabilidad sin culpa, y de emprender un proceso de cambio con apoyo.


El tratamiento no es castigo, es camino


Muchos llegan a terapia sintiéndose fracasados, con culpa o vergüenza. Han escuchado durante años que lo suyo es cuestión de quererlo lo suficiente. Pero la realidad es otra: la adicción se trata, no se suprime. La terapia no es un castigo por haber fallado, sino un camino para volver a tener opciones, para recuperar la capacidad de elegir.


El tratamiento de las adicciones no se basa en castigar el consumo, sino en comprenderlo y ayudar a cambiarlo. Esto implica trabajar con las emociones que sostienen la conducta, con los pensamientos automáticos que refuerzan la compulsión, y con la historia personal que muchas veces ha dejado huellas dolorosas. Es un trabajo profundo, pero también liberador. Poco a poco, se va recuperando la autoestima, la confianza, la capacidad de tomar decisiones con sentido.


Comprender la adicción como enfermedad transforma no solo el tratamiento, sino también la forma en que nos relacionamos con quienes la sufren. Dejar de juzgar para empezar a acompañar es una de las tareas más importantes que tenemos como terapeutas, familiares o amigos. Porque nadie elige ser adicto, pero todos merecen una oportunidad real de sanar.


Y esa oportunidad empieza por dejar atrás el mito de la voluntad, y empezar a mirar a la persona más allá de su síntoma. Con compasión, con firmeza, con acompañamiento verdadero. Porque la salida existe, y comienza cuando dejamos de luchar solos. Pon rumbo hacia tu bienestar.

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