Que levante la mano quien no haya pasado momentos verdadera-mente difíciles durante su adolescencia… ¿Nadie verdad? Todos, a nuestra manera, hemos pasado momentos en los que nos hemos sentido incomprendidos, bichos raros, perdidos o nos dejamos llevar sin más.
La adolescencia es una etapa más en nuestro desarrollo. Además, es una etapa intermedia entre la infancia y la adultez. Así que sí, como pensáis muchos papis, es una etapa de real importancia. Muchas de las cosas que decidimos en esos momentos marcan nuestro futuro o por lo menos en inicio del camino. Hace unas semanas os hablé sobre la importancia del cambio de chip de los padres cuando se tiene un adolescente en casa. Hoy quiero hablaros del siguiente salto. Cuando vuestros adolescentes (a los que seguís sintiendo como peques) están dejando de serlo o al menos debería dejarlo de ser.
En la actualidad, nos encontramos con gente joven o adulta que es bastante inmadura en su toma de decisiones y respecto a aquellas cosas que tienen que ver con su propio proyecto de vida. ¿Y eso por qué? No hay una respuesta exacta, ya que cada uno somos un mundo, pero sí se ven al menos unas características comunes. El adolescente, cuando comienza el camino de ésta etapa, pasa por una serie de duelos a nivel físico (los más evidentes), psicológico y social. Es decir, su rol, las exigencias, las responsabilidades cambian. Lo bueno es que ganan en libertad. Esa maravillosa sensación (a veces real y otras no) de controlarlo todo y el tener derecho a elegir quién es y cómo quiere comportarse. Tenerla es importante para que, en el paso siguiente, hacia la adultez, donde esa sensación de libertad, ya real, se convierta en el motor que nos impulse a crecer por cuenta propia.
Sin embrago hay algo súper necesario para que esa sensación de libertad llegue a ser el motor de nuestras vidas. Que antes haya habido una enseñanza de la responsabilidad.
Un adolescente, aunque ellos no lo vean, crecen porque crecen con un adulto (padres, familiares, profesores), quién le enseña la realidad de la vida. Si este aprendizaje no se ha llevado a cabo por el simple hecho de pensar “es sólo un adolescente” es difícil crear en ellos la seguridad que luego queremos como adultos que tengan. Sí… vivimos en una sociedad altamente infantilizante y sobreprotectora. Y eso sólo lo podemos cambiar los adultos. ¿Cómo? aprendiendo con ellos (como adultos no lo sabemos todo), buscando pasar cantidad de tiempo con ellos (no solo para hablar), escuchando y razonando con ellos, siendo su guía, poniendo límites necesarios… el adolescente no es un adulto si no alguien lleno de posibilidades y con un gran potencial que necesita a un adulto firme pero afectuoso y así aprender a vincularse como personas adultas y maduras.
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