Vienen las Navidades, fechas señaladas, y muchos de nosotros nos encontramos con una “silla vacía” en la mesa. Independientemente del tiempo que haya pasado desde la muerte de una persona querida, a la mayoría de personas estas fechas se nos vuelven a abrir heridas.
Justamente eso es el duelo, una herida que está ahí, que va cicatrizando con el tiempo, pero que en algunos momentos se abre y duele. Quizás ese dolor es indescriptible, muy profundo y personal al mismo tiempo.
¿Cómo podemos saber si hemos resuelto nuestro duelo? ¿Cuáles serían las tareas o procesos por los que hay que pasar?
Los autores más relevantes en la materia, nos proponen estas tareas:
Aceptar la realidad de la pérdida asumiendo que la marcha es irreversible.
Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida.
Adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente y desarrolla nuevas habilidades, asumiendo sus roles y buscando significado y sentido a la propia vida.
Recolocar emocionalmente a l ser querido muerto y continuar viviendo teniendo claro que no se trata de renunciar al fallecido, sino de encontrarle un lugar apropiado en su vida psicológica que deje espacio a los demás y permita al doliente continuar viviendo eficazmente.
En Navidades, suele ayudar bastante la realización de algún ritual o recordatorio del fallecido, por ejemplo, encender una vela en su nombre, una foto suya al lado del árbol, de manera que simbolicemos que esa persona sigue presente en nuestro corazón, que podemos y debemos continuar nuestra vida y acordarnos de que…es necesario decir adiós y hola a la nueva vida….
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